Un vistazo 40 años después

Amanecía con el aire más limpio que te puedas imaginar. No recuerdo que hubiera tanto sonido de pájaros como seguramente habría pero sí el barullo constante del grupo de pavos que se paseaban por el campito que había entre mi casa y el gallinero.

En días libres, me levantaba y me sentaba a desayunar tranquilamente en la cocina amplia. Por la ventana veía la Sierra de las Ánimas. Llegaba el lechero, un tipo cordial que parecía disfrutar del ritual de traspasar la leche desde los grandes recipientes de metal que él traía a las dos ollas donde luego mi madre la herviría y generaría la nata para tortas posteriores. A mí me gustaba el sonido que hacía la leche en ese pasaje. Era un sonido gutural, con un ritmo fijo. Ese hombre algún día se murió cayéndose de un caballo.

En el gallinero había un par de gallos locazos que atendían a una buena cantidad de gallinas, quienes a su vez daban una buena cantidad de huevos. Cada tanto tenían pollitos. También teníamos patos. Uno de ellos, “Cuack cuack”, disfrutaba de poner su cuello entre mi pelo largo y cada tanto, con su pico amarillo-naranja, darles unos mordiscos cariñosos a mis caravanas de perlas. Primero fueron él y dos patas. Unos años después había más patos que gallinas.

A pocos metros de casa pasaba la vía del tren. Cada vez que venía la mole, mi hermano y yo salíamos corriendo a saludarlo. Hay cuentos de que cuando había truenos mi hermano lloraba porque no lo dejaban salir a saludar a los trenes. Al principio eran marrones y pasaban lento. Un día mutaron en trenes bala de color naranja y ya no nos daba el tiempo de llegar hasta la vía. Viajar de Pan de Azúcar a Montevideo en esos bólidos llevaba entre 4 y 5 horas… siempre y cuando no se rompieran.

La comunicación con Montevideo era por un teléfono a manija que conectaba con la operadora de la central de Pan de Azúcar, la persona mejor informada acerca de la vida ajena de la comarca. Si se te extraviaba un marido, era ella a quien debías preguntarle por su paradero.

La comunicación con el resto del mundo era con una radio de onda corta. Cuando por algo que yo veía como azar aparecía otro ser humano en el dial, sucedía en casa un festejo mayor que en día de Navidad o fin de año. Algunas veces ese humano hablaba un idioma que se comprendía en casa y todo.

Escuchábamos música y leíamos todo el tiempo y siempre había anécdotas en la vuelta.  A mi madre le preocupaba nuestro pensamiento crítico en tiempo de dictadura, así que nos daba explicaciones extensas sobre absolutamente todo. Conmigo también se puso las pilas para enseñarme francés. Bonjour Line! A mi padre le fascinaba cómo funcionaban las cosas. Compraba “Mecánica Popular” y hacía circuitos que utilizaba para las máquinas del molino y demás. También se hizo una enorme pista de autos, como la que hubo por años en el Parque Rodó. Era parte de la diversión familiar, junto con los juegos de cartas, los Legos, la lotería con porotos y la payana.

Las estaciones tenían olor. Había olor a invierno, a otoño, a primavera y a verano. En invierno había escarcha que muchos días dejaba los campos completamente blancos y hacía levantar humo desde el arroyo y desde cada charco. De que llegaba la primavera nos enterábamos porque la familia de golondrinas que anidaba en el garage, llegaba siempre a tiempo… y porque el Escorpión se perdía y Orión aparecía más temprano.

Los bichitos de luz iluminaban los terrenos más en verano que en invierno. También había frecuentes invasiones de cascarudos, que jamás caían patas abajo, y de mariposas amarillas. Cada tanto aparecía una borboleta gigante. Daba trabajo imaginarla llegando o yéndose con esa pesadez existencial. Era como si de golpe se hubiera materializado y algún otro día desmaterializado, sin acción mediante.

A veces granizaba y era una fiesta. Otras veces llovía a cántaros y el arroyo crecía. Podía crecer tanto que más de una vez dudamos si emigrar a tierras más altas. Pero el agua siempre respetó los límites extremos. Ese arroyo era algo bipolar. Pasaba de la parsimonia pacífica a la euforia exultante en cuestión de un par de horas. A mí me gustaba especialmente cuando estaba equilibrado. Me sentaba en los escalones de una escalera que había al costado del molino, cerca de la compuerta, y ahí me quedaba, agradablemente sola, viendo y escuchando al agua fluir.

También tenía mis momentos de grandes frustraciones. El mayor de todos, no haber logrado aprender a volar por más que agité brazos y corrí lo más rápido que pude muchas veces.

Los atardeceres eran mágicos. Buena parte del año el sol se ponía detrás de la Sierra de las Ánimas. Si había nubes, había un festín de colores. Si no había nubes, parecía que el sol se hundía más rápido.

De noche nuestra casa se sentía protegida por la Sierra, el cerro Pan de Azúcar, la vía del tren y el arroyo, que aunque no se veían, se sentían. Había cientos de miles de estrellas que le daban una profundidad especial a la esfera oscura. Había ovnis también, pero yo elegía quedarme con la duda.

Cada día duraba dos, porque las horas estaban subdivididas.

Hacíamos paseos. En verano salíamos de casa a las 8 am y regresábamos 9:30 pm. Mi padre alquilaba canoas y enseñaba a esquiar en la playa de Piriápolis. En invierno algunas veces íbamos al Arroyo Solís Grande. Mi padre y su amigo se divertían esquiando con la ropa puesta y no mojándose. Yo vivía esas horas alerta de que ningún cangrejo se me acercara demasiado. También íbamos al “Pueblo Fantasma”, a visitar a mis abuelos y a dar una vuelta por la rambla.

En fin… más o menos así era la vida en Pan de Azúcar desde los ojos de esta y aquella niña. Viví ahí entre mis 4 y 10 años.

Cerro Pan de Azúcar desde la vía del tren
La escalera de la contemplación acuática
El arroyo de los círculos concéntricos y las víboras verdes veloces
Bruno esquiando con 6 años
Jugando a las cartas
Las canoas
Nuestro auto con buena ventilación, nuestra casa, mi hermano y yo, una reunión de amigos.
Orejotas, quien también se mudó a Montevideo en 1981

«A State of Me», by Naphtali Rosenfeld

We all have had special people in our lives. I have been lucky enough to have several but there was one human who made a huge difference in my emotional development. He lived in New York and he was the brother of my grandfather.

We wrote each other monthly letters from 1977 up to year 2000. He’s the reason why I speak English, French and a tiny bit of German. Through those letters he taught me a way of thinking, of living, of enjoying. He taught me the marvels of going on studying and discovering new things no matter your age. He introduced me to wine drinking, drawing curiosity and even jazz music!

Today would be his birthday. Each April 23rd I would call him and we would have a simple yet always emotional conversation. I would end each and every call with an inner expresion of gratefulness for his presence in my life.

As a tribute, today I chose to share a very special text he wrote. This is an account of the events in his life from the time he left Germany, then went to a Kibbutz, to when finally left Israel so as to continue his life in New York.

He didn’t write this for publishing or anything of the sort. He was the person who talked about his friends in birthday celebrations and this is the text he wrote about himself for one of his birthdays. I think this is a hearted, marvellous narration of his experiences, which also happens to be a fantastic document regarding those events in a very special historical moment.

Let me propose a toast to people who love other people and to all those caring family members who make a difference in people’s lives.

You can download the PDF in the link below.

Naphtali and Patricia, year 1990 or 1991

I love you, forever.

Mi búsqueda de y encuentro con Los Alters

Un par de años antes de yo saber, o siquiera imaginar, que viajaría a Alemania, mi querido tío abuelo, Naphtali, me contó acerca de una visita suya a Köln, al cementerio donde estaban enterrados los abuelos de mi abuelo.

Me envió una noticia de diario, con una foto en la que aparecía el nombre del cementerio: Deckstein Friedhof. Así fue que tuve la información cuando mi vida laboral me llevó por esos lares.

Era un día gris, con lluvia mansa. Yo no hablaba alemán, y no estaba ducha en sistemas de transporte desconocidos, así que me tomé un taxi al Deckstein Friedhof.

Llegamos a un barrio que se veía como Carrasco: desolado, puros jardines, nadie en las calles. Me dejó en la puerta del cementerio.

 

 

Me adentré muerta de miedo por esta calle de la foto. No había ni un solo ser humano. Miraba para la derecha y para la izquierda y aquí y allá había alguna tumba, casi todas a ras del suelo, con plantas que tapaban las piedras. No se parecía en nada a la foto que había visto.

Luego de un buen rato hurgando tumbas bajo la llovizna, me retiré frustrada.

Llegué a la calle desierta y me di cuenta de que estaba en serios problemas. No tenía idea de cómo volver.

Empecé a caminar en cualquier dirección y en forma completamente sorpresiva apareció un ser humano. Hablaba inglés (no tan común en ese momento en Alemania) y me explicó que este era el cementerio protestante. Había otro cementerio judío con el mismo nombre.

Me dio las instrucciones para llegar. «Cuando veas la puerta verde de metal, la abrís, caminás por el caminito hasta llegar, al final, a una casita. Golpeá la puerta, porque no marcha el timbre. Te van a atender”.

Así lo hice y me abrió la puerta una anciana diminuta (con cara angelical pero yo había visto alguna película de terror y no me fiaba).

Ella no hablaba ni una palabra de inglés, así que saqué mi diccionario de bolsillo y le dije «yo – buscar – tumba – familia».

Entonces me hizo pasar. Pero en lugar de llegar a un cementerio, entré al living de una casa. La señora desapareció y me dejó en un living atiborrado de objetos y muuuuy silencioso.

Demoró un rato que se me hizo eterno. Finalmente vino con una hoja enorme, un plano lleno de cuadraditos escritos en hebreo (o yiddish, o chino, o japonés) y me lo entregó para que yo buscara a mis familiares.

Con señas le dije que no era posible. Entonces me hizo señas de que la siguiera.

A esa altura estaba entregada a morir asesinada en Alemania… “una costumbre familiar”, me dije. Y la seguí.

Salimos a un jardín. Al levantar la vista me encuentré con esto:

 

La tumba que aparecía en la noticia que me había mandado mi tío abuelo. En la foto de la noticia aparecía él con otras personas rindiéndole homenaje a Therese Wallach.

Therese Wallach era la directora del asilo de niños donde estuvieron mi abuelo y mi tío abuelo por varios años. Ella se suicidó en 1942 cuando se enteró de que todos los niños en el hogar y ella también serían enviados a un campo de concentración en Polonia.

Por años nadie sabía dónde había sido enterrada, hasta que la encontraron en este pequeño cementerio judío, donde también estaban enterrados los abuelos de mi abuelo.

Entonces llevé la mirada más lejos, a todas las tumbas, creyendo que no podría identificar las de mis tatarabuelos.

La anciana (mi asesina potencial) me dejó sola y entró a la casa, probablemente a afilar el cuchillo con el que me descuartizaría, o a embeber de éter en el algodón.

Yo empecé a caminar entre las tumbas, con andar muy lento, pues quería de alguna manera percibir cuáles eran las de los Alters.

Cuando estaba llegando a las últimas filas, zas, me las encuentro.

 

Tenían placas nuevas, mandadas a hacer por mi tío Naphtali cuando fue para estar presente en la colocación de la lápida a Therese Wallach.

Me paré frente a estas dos tumbas, respiré hondo… y apareció frente a mí la imagen de los dos. Yo nunca había visto una foto de ellos, porque de hecho creo que nuestra familia no tenía fotos suyas. Los vi claramente. Ella regordeta, él con barba blanca y larga.

El sentimiento de pertenencia fue tan fuerte que no llegué a sentir miedo ni a cuestionarme cómo estaba sucediendo algo así. Fueron quizás tres o cuatro minutos de contacto. Luego las imágenes se borraron.

Me quedé un rato ahí, asimilando lo que pude de la experiencia, tomando conciencia de todo lo improbable que había sucedido para que yo llegara hasta ahí y pudiera estar en ese lugar, contactando con estos antepasados. Luego, despacito, me dirigí a la casa.

La anciana con cara de bondadosa me invitó si quería tomar un té.

Yo pensé: «soy más inteligente que eso. Si el método era envenenarme, tendrás que esperar al siguiente».

Y me fui.

Camino Solitario

road-2270774_1280

Image by Stan Petersen from Pixabay

Algunos caminos son acompañados y otros solitarios.

El despejado contiene todas las decisiones, sin intermediarios.

Al camino solitario le sobra compañía de opciones y administra bien el tiempo aunque mal la complicidad y las carcajadas.

Pero así como cada grano del Sahara entraña alquimia de sol, viento y tiempo, este instante estrecha multitud de certezas disuasivas y dudas mudas, manos extendidas y abrazos entre continentes.

Aquí y ahora la luna ilumina en Uruguay un libro dictado hace dos mil quinientos años en la República Sakia. En el reflejo están la india guaraní y el polaco judío, el italiano en el barco…, la pareja enamorada, la niña, el niño, los patos, las estrellas y el tren… el arroyo que no se ha callado en decenas de años, los atardeceres y las golondrinas que permanecen.

Este instante solitario siempre será multitudinario.

 

Entre nosotras

Me aturden las palabras que dije sin sentir

Quisiera habérmelas tragado

*

Me urge que me repitas todo lo que nunca registré

porque me lo contarías infinitas veces

*

Me confunde que «Gracias» haya sido la última palabra que te oí decirme

Quisiera que fuera por cosas que quién sabe si notaste

*

Me queman los ojos cuando los cierro y veo bolsas negras

debajo de las que se supone que estaba tu cuerpo destrozado

*

Me arden los ruidos metálicos

de cuando te llevaban

mientras le contestaba al fiscal

que sí, que habíamos tenido no una

sino infinitas

discusiones

*

Te veo y me veo

incapaces de usar una pizca de inteligencia

para darnos espacio

para nosotras

*

Ahora el espacio es lo que sobra

Un Crocodilus Zorrillensis y El Pulex Supremo: ¿nuestro fin?

El 23 de enero de 2018 sucedió en la atmósfera terrestre, en la latitud de Montevideo, Uruguay, un desencadenamiento de hechos con implicaciones para los humanos que aún no estamos en condiciones de evaluar. Resolví dejar constancia escrita. Es mi esperanza que presencias futuras con inquietudes pacíficas accedan a este material y le den el uso que consideren más apropiado.

Lo que inicialmente pareció una inofensiva tarde tormentosa de verano, transformaría la vida en nuestro planeta y, hasta donde se sabe, en la galaxia Andrómeda.

Todo empezó en Ross 248, la estrella de Andrómeda más cercana a la Tierra. Si bien 10,6 años luz puede parecer distante para un terrícola, las características de algunos habitantes de Ross 248 les permiten viajar esa distancia en 10,6 días terrestres. Se preguntarán, entonces, cómo nunca antes habíamos recibido visitas de ahí. Les pido un poco de paciencia, pues el relato de estos acontecimientos me acelera el ritmo cardíaco y la potencial importancia de esta crónica requiere de aplomo y rigurosidad. Descartaré entonces los detalles nimios, que únicamente sacien curiosidades intelectuales y me limitaré a los hechos que puedan echar luz a futuros investigadores.

La forma de vida más desarrollada en Ross 248 está representada por los Pulices, quienes ahora sabemos son vitales para los seres en la Tierra, aunque por una razón preocupante. Para poder reproducirse, los Pulices necesitan de un tipo de energía particular que la producen cierto tipo de pensamientos que hace millones de años no existen más en Ross 248: los pensamientos focalizados en un tiempo no presente. Cada pensamiento acerca del pasado o futuro genera la combinación exacta de protones, electrones y neutrones que son necesarios para que pueda nacer un Pulex. Para asegurarse la continuidad de su especie, los Pulices proveen de energía vital a aquellas estrellas de Andrómeda y al planeta de La Vía Láctea en los que habitan seres que continúan en un etapa temprana de desarrollo espiritual, y que se dedican a generar pensamientos futuros y pasados. Esos pensamientos generan emociones de angustia, preocupación, tristeza y demás que hace mucho han sido eliminadas en Ross 248, elevando así, tajantemente, su nivel de felicidad. Humanos y Pulices tienen, por tanto, una existencia simbiótica.

Los Pulices poseen una forma que se asemeja mucho a la pulga terrestre, con medidas que rondan los 70 x 40 metros, y su densidad atómica es baja en relación al cuerpo humano. Su aspecto es similar al de una nube.

Entre otras tareas, los Pulices en Ross 248 priorizan custodiar a una especie que los amenaza desde hace millones de años: el Crocodilus Zorrillensis. Su tamaño es entre diez y quince veces el de los Pulices y para desgracia de estos, consideran a sus carceleros su aperitivo favorito. Los Pulices los mantienen en celdas energéticas, en zonas que podrían asemejarse a los zoológicos terrestres, con una diferencia: si uno de ellos roza el cerco energético, muere inmediatamente. Cabe acotar que muchos Pulices ambientalistas han protestado por las condiciones en los que se mantienen a los Crocodilus Zorrillensis pero esta decisión del Pulex Supremo es justificada por la certeza de que su liberación significaría la extinción de los Pulices, y con ellos la extinción de todos los habitantes de las estrellas a los que ellos proveen de energía vital.

10,6 días antes del 23 de enero de 2018 sucedió que el Pulex encargado del mantenimiento anual de las celdas de los Crocodilus Zorrillensis cometió un error en la configuración y dejó desactivada una de las barreras energéticas. El ahí retenido escapó al instante. Su vuelo se dirigió hacia nuestro planeta, donde fue avistado y registrado, como dejo constancia aquí.

De inmediato sonaron las alarmas en Ross 248 pero, por primera vez en su historia, el Escuadrón de Seguridad se negó a perseguir al fugitivo, aduciendo que según la última interpretación de la Carta Rossidiana de los Derechos Pulicianos, perseguir a un Crocodilus Zorrillensis fuera de las fronteras de Andrómeda implicaba riesgos excesivos.

El Pulex Supremo sabía que el Crocodilus Zorrillensis buscaría informar a los habitantes productores de pensamientos futuros y pasados acerca de la manipulación a la que estaban siendo sometidos por los Pulices y que esto podría transformar el modo de pensar de esos seres, ergo llevar a los Pulices a la extinción. Así conseguirían la tan ansiada libertad pero terminaría con toda forma de vida pensante en Andrómeda y La Tierra.

Viendo que no recibía apoyo del Escuadrón, y siendo su única posibilidad de salvar a varias especies, el propio Pulex Supremo resolvió ir a La Tierra, detrás del Crocodilus Zorrillensis.

Al llegar a la latitud de Montevideo, Uruguay, se distrajo un momento observando algo que le absorbió toda su atención por unos segundos fatales: el paisaje costero uruguayo. Nunca había visto algo tan hermoso… y nunca lo volvería a ver, pues lo siguiente que oyó fue el chasquido de los dientes del fugitivo, que se deleitó con el aperitivo más exclusivo.

También dejo constancia del ataque fatal:

En ese preciso momento el Pulex Supremo fue eliminado y con él todo el sistema que hacía de sostén vital a, entre otros, los seres humanos.

¿Moriremos próxima y quizás indefectiblemente por falta de energía vital? Si bien es factible, me queda una esperanza, que comparto a continuación.

Mientras Crocodilus Zorrillensis se comía de un bocado al Pulex Supremo apareció un gran ojo observador, que miró a Crocodilus Zorrillensis muy fijamente y con gran desaprobación. Dejo constancia también de esto:

Mi esperanza es que este ojo pertenezca a alguna otra especie, de Andrómeda o quizás de otra galaxia, que también requiera de la misma energía que los Pulices y nos continúe proveyendo de energía vital hasta que los humanos encontremos la forma de generarla por nosotros mismos.

El legado de los Pulices hacia los terrícolas, en caso de que sobrevivamos, será habernos dejado la fórmula para aumentar nuestro nivel de felicidad: que los pensamientos se limiten al aquí y ahora.

 

24 de enero de 2018

Patricia Schiavone

 

Juan y Margarita

Nube-foto-patricia-schiavone.jpg

Había una vez un niño pecoso, delgado, de rulos, que se llamaba Juan. Vivía en el campo, con sus padres y tres hermanas.

Juan prefería los días con nubes. No los días nublados, porque eso es otra cosa. Los días nublados son grises y a veces un poco tristes.

Por un lado, a Juan le gustaban los días con nubes porque esos días los atardeceres eran más brillantes, dinámicos y coloridos. No había cómo adivinar de qué color se pondría el cielo al momento siguiente y eso para Juan significaba una diversión.

Pero lo que Juan realmente disfrutaba de los días con nubes era acostarse en el pasto e imaginarse historias y personajes. A medida que las nubes pasaban por encima, él iba viendo las distintas formas que se transformaban en diferentes personajes de historias interminables. Algunos días las historias eran de caballeros, otros de animales salvajes, a veces había muchas plantas y otras veces muchas personas: gigantes, enanos, seres con dos cabezas o con tres piernas.

En los días de viento las historias eran especialmente rápidas y cambiantes. Los gigantes podían transformarse velozmente en serpientes o los conejos en cucharas. Sí, en los días de viento la imaginación de Juan iba a toda velocidad.

Un domingo, extrañamente tranquilo, en que no volaba ni una mosca ni una brisa, Juan miró al cielo y lo vio todo despejado. ¡Qué aburrimiento! Pensó en hacer otra cosa pero, casi por costumbre, se tiró en el césped. Allí se quedó pensativo, mirando sin ver, hasta que de repente sus ojos hicieron foco y descubrió que justo encima de su cabeza había aparecido una nube. Pero esta era diferente pues no necesitó ningún esfuerzo de imaginación para ver que era una flor, una margarita, claramente delineada. Tampoco necesitó imaginar ninguna historia porque la margarita estaba moviéndose… ¡y estaba hablándole!

La margarita empezó moviendo un poco la boca, siguió gesticulando cada vez con más ahínco y finalmente parecía que gritaba. Juan intentó oírla pero no lo logró. Claro, la nube estaba muy alto y muy lejos.

Anocheció y Juan se fue a dormir. Le costaba conciliar el sueño porque no podía dejar de pensar en aquella nube. ¿Qué querría decirle? Luego de un largo rato resolvió olvidarse del tema. Seguro que todo había sido fruto de su imaginación.

Al día siguiente era lunes, un día muy agitado en la casa. Juan no sabía por qué pero todos los lunes la gente grande se movía más rápido y se ponía más seria. Él hizo su cama, desayunó y cuando salió… ¡allí estaba la misma nube con forma de margarita! Juan no podía creerlo. Además, ahora le resultaba más evidente que la nube Margarita estaba hablándole a él. Pero él seguía sin oírla.

Se fue a la escuela pero se pasó todo el tiempo pensando cómo podía hacer para oír lo que la nube intentaba decirle. De pronto se dio cuenta: ¡si inflo globos, quizás pueda subir y llegar hasta ella!

Buscó entre sus juguetes y encontró todos los globos de su último cumpleaños. ¡Por suerte eran muchos! Infló tantos globos que cada tanto se mareaba. Y cada poco se paraba para mirar por la ventana y verificar que la nube Margarita seguía ahí.

Necesitó dos días para inflar los cincuenta globos. Los juntó a todos en un atado y corrió con ellos afuera. De repente sintió que subía. Al principio lentamente pero luego el ascenso iba acelerándose. Miraba hacia arriba y veía a la nube Margarita acercándose. Miraba hacia abajo y veía como su casa iba haciéndose cada vez más pequeña. Se sentía ansioso por llegar hasta la nube y a la vez un poco extraño porque estaba en el aire.

Al fin, llegó. No sabía cómo hablarle y, mientras pensaba, la nube Margarita extendió uno de sus pétalos y agarró a Juan de la mano. «Te agarro para que no sigas subiendo», le dijo, con una voz profunda y dulce.

Juan logró decir, con un hilo de voz: «Muchas gracias». Estaba impresionado porque nunca antes había hablado con una nube. Tragó saliva, juntó coraje, y le dijo: «Vine hasta aquí porque desde abajo no te oía… y parecía que estabas hablándome».

— «Sí, llegué a gritar con todas mis fuerzas pero me di cuenta de que tú no me oías. Y estas corrientes de aire no me dejan bajar. Hace tiempo que te veo mirarnos y siento que nos tienes un poco de envidia… que a veces te gustaría ser nube a ti también».

— «¡Es cierto!», respondió Juan un poco pensativo.

— «¿Y por qué quieres ser una nube?», le preguntó Margarita.

— «Porque todas ustedes se ven muy felices y livianas».

— «¡Pero si tú también puedes ser muy feliz y andar por la vida muy liviano!», le dijo Margarita, con tono alegre.

— «Mmm», dudó Juan. «Yo creo que los humanos somos menos felices».

— «Me parece que hay una forma de lograr la felicidad. ¿Quieres que te la cuente?»

— «¡Sí, sí! Quiero saberla», le dijo Juan entusiasmado.

— «Pues me parece que si solo le haces caso a tu buen criterio y actúas como tu corazón sienta que es correcto, sin darle ningún corte a lo que los demás piensen de ti, nunca tendrías un peso de conciencia… que dicen que pesa mucho y es la razón por la que la mayoría de los seres humanos no pueden despegar sus pies del piso. Al ser honesto contigo y con los demás, siempre podrías sentirte liviano como una nube y seguramente ser feliz».

— Juan observó su corazón y sintió que Margarita estaba en lo cierto. «Muchas, muchas gracias», le dijo Juan, y se quedó mirando a lo lejos, que desde ahí arriba era bien lejos. Y agregó: «Siento que esto que me dijiste es muy importante y me gustaría que todos los demás lo supieran».

— «Es posible que haya algunos que ya lo sepan, querido amigo. Pienso que podrías reconocerlos por su brillo especial en los ojos o una sonrisa generosa».

Juan asentía lenta y pensativamente.

— «Creo que lo mejor es que ahora vuelvas a tu casa, Juan. Yo te prometo que te saludaré desde aquí siempre que pase por este cielo».

En ese momento Juan notó que, aunque quisiera, no podría bajar. Los globos estaban atados y solo lo hacían subir. Se asustó mucho y sus ojos se llenaron de lágrimas.

— «Pero ¿qué te pasa, amigo?», le preguntó Margarita.

Juan le explicó que no podría bajar nunca más.

La nube Margarita cerró los ojos un segundo y enseguida encontró la solución. Esperó a que viniera una brisa un poco más fuerte y comenzó a modificarse. Por un instante no tuvo forma de nada pero luego se fue transformando en una rosa perfecta. Juan no entendía pero esperaba atento y confiaba en su amiga.

La rosa tenía un tallo con largas espinas. Se acercó a Juan, le rozó su mejilla con uno de los pétalos suaves y después, con una de las espinas, pinchó uno, dos, tres… diez de los globos. Lentamente al principio y luego más rápido, Juan empezó a descender. Sonriendo se despidió de su nube amiga. Miró hacia abajo y vio cómo su casa empezaba a acercarse. Cada vez se veía más y más grande, hasta que aterrizó, no muy suavemente pero sin hacerse daño, al lado de la puerta de la cocina.

Cuando pudo desprenderse de los globos miró hacia el cielo pero no pudo ver más que estrellas. Ya había anochecido.

Al otro día, en la escuela, lo recibió como siempre su amigo Matías. Juan se dio cuenta, por primera vez, que Matías tenía una sonrisa enorme y unos ojos muy negros y brillantes.

 

Cuento escrito para mi hijo, el 24 de abril de 2002. Solíamos inventar historias juntos y hubo un par que llegué a escribir. Otro montón se quedaron en aquel tiempo-espacio compartido y disfrutado.

 

 

¡Hola!

Seguramente el contenido de este blog no interesará a mucha más gente que a mí misma ya que por un lado no es mi intención matarme para que los textos sean correctos sino dejar fluir lo que tenga ganas de escribir, con alguna edición posterior, pero sin estrés. Parte de mi aprendizaje actual está justamente en crear y divertirme con la creación, sin estresarme con lo correcto e incorrecto. Porque si el Universo no tiene correcto e incorrecto, va siendo hora de que yo deje de lado esos conceptos también.

Si así y todo quieres dar una vuelta por este mundejo patricístico, eres bienvenido. En el listado de la derecha encontrarás cosas raras.

¿Qué le hace un blog más a la vida, no? La idea, básicamente, es ahorrarme un cuaderno.

Habemus un rincón wordpressero más.